Durante mi viaje en bici a través de Estados Unidos atravesé tres estados. De ellos, el estado de Washington es el que menos protagonismo tiene en este blog por varios motivos. Puede parecer injusto pero este no es un blog matemático sino emocional, así que las emociones gobiernan con sus razonamientos irracionales. Washington tiene menos participación en mis recuerdos. Mejor dicho, mi cabeza ha discriminado los recuerdos de ese estado al asociarlos a aspectos menos positivos comparado con los generados en Oregón y California. Además, la memoria es una gran caja en la que los recuerdos se acumulan unos encima de otros, de manera que los más recientes acaban aplastando a los antiguos. Así que los recuerdos de aquellos primeros días de viaje están emocionalmente marginados y enterrados bajo una pila de nuevas evocaciones. Y sin embargo, las marcas que me dejaron me empujaron a seguir adelante durante el resto del viaje.
Desde Seattle hasta el Puente de los Dioses sufrí en muchas ocasiones, más de lo que había imaginado pero lejos de mis límites, aunque en aquellos momentos pensaba que me iba a explotar el corazón. Las subidas en los alrededores del Mt Rainier y el Mt St Helens eran masivas. La dimensión se entiende fácilmente por el hecho de que solo encontré un par de ciclistas por esas tierras. Me encontraba descansando en una subida, ellos ascendían como cohetes con sus bicicletas de carretera. Me preguntaron gritando: "¿hacía donde te diriges?". "A California", respondí. Ambos dejaron de pedalear por un segundo, se miraron y pude leer en sus expresiones "¿pero qué cojones...?
Las implacables pendientes provocaron una fuerte inflamación en mi talón de Aquiles derecho. Cada pedalada hacia arriba suponía una inyección de dolor alcalino. Esta condición ayudó a transformar la experiencia en algo mucho más duro, si es que todavía no era suficiente. Mi mente asocia Washington al sufrimiento. Pasé momentos muy dificiles en este estado, pero por otro lado la experiencia me hizo más fuerte. Cada ocasión posterior en que vi enfrentándome a una subida, como Leggett Hill, pensaba: "¿pero qué cojones...? Esto no es nada comparado con Washington".
Tanto en Mt Rainier National Park como en Guifford-Pinchot National Forest encontré bosques laberínticos, de los que escapar parece una odisea. Dormí en ellos, rodeado tanto de aquellos árboles gigantes como de todo el miedo del mundo y de una soledad extrema. No tener perspectiva de tu libertad de movimiento en ninguna dirección es asfixiante. Mi tienda resultaba un fortín, pero asomar el pescuezo por la puerta era toda una experiencia terrorífica. Sin embargo, como ocurrió con las ascensiones, las superé y me hicieron más poderoso.
Cruzar el "Evergreen State" es una imagen borrosa en mi cabeza y cuando lo hago aparezco ascendiendo una colina, lleno de sudor, y durmiendo en bosques impenetrables. Washington me lleva a pensar en sufrimiento y temor. Pero también en que nada de lo vivido posteriormente hubiese resultado tan placentero sin aquellos primeros días tras dejar Seattle hacia el sur. Todo lo que allí viví resultó más grande de lo había imaginado: las montañas, las subidas, los árboles, los bosques, el padecimiento y la soledad, pero también la belleza, la perseverancia y la satisfacción. Sin embargo, los recuerdos se encuentran hechos añicos debajo de un pila de imágenes castas y perfectas de Oregón y California.
"¿Pero qué cojones...?" y que injusto.