30 Dec
30Dec

"No duermas en el camping de Monterey. Dicen que roban mucho", me dijo un americano que conocí en Manchester Beach.

En algún sitio leí que cualquier advertencia que empiece con la palabra "dicen" es media mentira. El problema es que la otra mitad puede ser verdad. En cualquier caso, no es algo que me preocupara lo más mínimo. Mi camino terminaba en Monterey ese día, así que no iba a preocuparme por algo que es mitad falso.

La jornada había sido veloz. Rodé muy deprisa y dejé escapar la oportunidad de desviarme hacia Salinas, el pueblo natal de John Steinbeck. Hasta el último momento dudé entre seguir hacia Monterey o tomar rumbo hacia Salinas. Nunca me arrepentí de haberme decidido por la primera opción como nunca me hubiese arrepentido de haber optado por la segunda. 

Monterey no es una ciudad independiente, sino que forma parte de un conjunto urbano, junto a Seaside y Carmel-by-the-sea, que parece no tener fin. Por primera vez pude ver edificios coloniales españoles, supongo que ya estaba lo suficientemente al sur para poder verlos. Monterey fue la primera capital del estado de California. De alguna manera, ha mantenido parte de su importancia atendiendo al aspecto aséptico que presenta.

Sin embargo, el camping del Veterans Memorial Park estaba lleno de gente sin hogar. Al ser un camping urbano con precios baratos, los homeless tienen una buena oportunidad de plantar la tienda de campaña y darse una ducha por muy pocos dólares. A mi me pareció bien todo aquello, o por lo menos no lo pensé demasiado. Levanté mi tienda de campaña acompañado del picoteo de los pájaros carpinteros, y poco después aparecieron Tess y Bob.

Tess no me habría llamado demasiado la atención si no fuese por Bob, uno de esos perros de raza "alegravidas". Por algún motivo indeterminado Bob simpatizó conmigo y aplicó la innata capacidad perruna para romper el hielo. De esta manera, empezó mi conversación con Tess, primero como desconocidos y poco a poco enlazados por la necesidad calentarnos con un poco de conversación. La desconfianza se esfumó, entre las carreras de Bob y el atardecer, y poco a poco Tess fue perdiendo capas de timidez como una cebolla. El puzzle de su vida se iba completando con varias piezas oscuras, como alcoholismo, familia desestructurada, un hermano asesinado, esposo maltratador en prisión... así hasta llegar a vivir en una tienda de campaña de camping en camping. Afortunadamente, Bob estaba por allí, salvando su vida. No solo aportando compañía y protección, ya que Bob es uno de ese perros adiestrados para detectar marcadores de enfermedades en las personas, así que tenía la misión de monitorizar la enfermedad de Tess mientras recogía palos y pelotas de tenis lanzados por su dueña. Un perro protector en todos los sentidos.

Pasamos un gran día. Hablamos mucho. Creo que fue de las personas por las que más pena sentí al despedirme, aún hoy pienso mucho en como le irá a esa pareja, pero lo hago refugiándome en una enorme confianza en Bob. Tenía ese poder asombroso que tienen las mascotas de enriquecer nuestras vidas y hacernos mejores personas.

Quizás no siempre se cumplan los dichos que comiencen por "dicen", pero en este caso si es cierto. Yo fuí a Monterey y dormí en el camping urbano de la ciudad, y me robaron el corazón.

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.
ESTE SITIO FUE CONSTRUIDO USANDO