15 Jul
15Jul

En la investigación previa al viaje decidí la ruta, qué lugares visitar y cuáles dejaría de ver. Fue duro decidir evitar la Avenida de los Gigantes, pero en ese momento no me imaginaba que mis limitaciones conocidas en las montañas de Washington finalmente me llevarían hasta ese lugar. 

La Avenida de los Gigantes es una carretera de 32 millas (aproximadamente 51 kilómetros) que transcurre en paralelo a la Highway-101 y en gran parte de su recorrido al río Eel. Se localiza en su mayoría en el Parque Estatal Humboldt Redwoods, que posee el mayor remanente de arboles Redwoods "vírgenes" del mundo. Creo que la Avenida de los Gigantes no necesita más publicidad de la que posiblemente habéis leído, pero sinceramente podéis utilizar esos panfletos publicitarios para encender fuego, porque seguro que son injustos. No hay justicia en ninguna palabra del diccionario para describir con exactitud este lugar.

Para llegar a Burlington Campground, en la Avenida de los Gigantes, tuve una jornada larga de 55 millas (89 kilómetros), aunque puedo decir que ese día volé porque en gran parte el recorrido transcurrió por autopista. Si, a lo largo de la costa oeste las bicicletas pueden circular por la autopista si lo contrario no es indicado, y creed que es mucho más seguro que rodar por una carretera local sin arcén. Más o menos a la mitad de la Avenida se encuentra Burlington Campground, un lugar estupendo para acampar y hacer senderismo. Hay miles de rutas y miles de fotos para tomar, siempre que los gigantes no filtren toda la luz como suelen hacer.

Además de senderismo, el camping tiene un centro de visitantes muy atractivo. Entre otras exhibiciones, muestra la autocaravana del naturalista Charles Kellogg, una primitiva furgoneta habilitada para la vida viajera. Kellogg recorrió todo el país con el objetivo de recaudar fondos para fines conservacionistas gracias a su habilidad de imitar el canto de diferentes pájaros. La "Kellogg Travel Log" fue donada al parque en 1994, donde fue restaurada y posteriormente expuesta en el centro de visitantes.

Alargué mi estancia en Burlington por un día. En mi segunda tarde allí, conocí a un cicloviajero de Nueva Zelanda que estaba haciendo un viaje espectacular. Su nombre es Oskar y la primera impresión fue la de un tipo arrogante: tenía un bigote puntiagudo de otro siglo y se movía con la espalda erecta, mirando por encima del hombro. Pero al final resultó que lo único que tenía de arrogante era el bigote, que era perfectamente capaz de contar y reírse de sus propias miserias con bastante humildad y que, para mi desgracia, aún no he aprendido a no juzgar a las personas sin haber dado una oportunidad de darse a conocer. 

Oskar viajaba en bicicleta desde Anchorage (Alaska) hasta México, pero por el camino menos directo y sencillo: desde Alaska hacia Canadá para atravesar la Columbia Británica y parte de Alberta, y pasar a los Estados Unidos para cruzar los estados de Montana, Idaho, Wyoming, Utah, Nevada y California hasta la Avenida de los Gigantes. Desde este punto, seguiría paralelo a la costa. Un viaje inmenso con un gran inconveniente inesperado ya que su bicicleta fue robada una noche en medio de la nada en el estado de Montana. Armado de una nueva bicicleta y de un humor inagotable, consiguió llegar hasta Burlington con su bigote embustero.

Al día siguiente todavía me quedaban algunas millas de Avenida de los Gigantes. Además los bosques de grandes árboles no se terminaban aquí, ya que todavía me quedaban muchos otros en los que admirar la naturaleza.

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