Cuando comencé el viaje tenía muy claro que Seattle iba a ser el punto de inicio. Sin embargo, el destino final no estaba claro. Las opciones eran numerosas: San Francisco, Salinas, Los Ángeles... Aunque esta última ciudad fue el lugar en que tomé finalmente el avión de regreso a Londres, la bicicleta se detuvo en San Luis Obispo, ciudad por la que siento especial cariño.
A lo largo de la aventura varias personas coincidieron en el consejo de no pedalear hasta Los Ángeles porque el tráfico se intensifica mucho a medida que te acercas a esta ciudad y es más peligroso para los ciclistas. Muchos me aconsejaron detenerme en San Luis Obispo. Después de estudiar todos los caminos, decidí que esta ciudad sería el lugar elegido. Como final no pudo ser mejor opción: pasé unos días estupendos conocí a mucha gente interesante y me desprendí de varios artilugios que no iba a necesitar más. Víctor Hugo afirmó que "la nostalgia es la dicha de la tristeza". Recordar San Luis Obispo es la tristeza de finalizar el viaje pero endulzado con felicidad de aquellos días en que me bajé de la bicicleta después de un viaje tan especial. Así que si pienso en este lugar me envuelve este tipo de añoranza y todo sabe mejor.
En San Luis Obispo vendí mi bici a un precio muy inferior del que se merecía. Aunque parezca extraño, no sufrí demasiada pena o remordimientos al hacerlo, no era una bici de la que estuviese enamorado. También regalé muchos otros objetos, como el hornillo que dejó de funcionar el último día o la esterilla sobre la que he dormido infinidad de veces en lo alto de un monte o al lado del mar.
Pasé aquellos días en un albergue bastante concurrido. Era un lugar muy acogedor, posiblemente el alojamiento en el que tuve más y mejor conversación. Por allí aparecieron personajes de edades muy diferentes, viajeros incansables, maestros de la narración, conversadores inagotables. Muchos de ellos me aportaron valiosos consejos. De todos, voy a contaros un poco acerca de mi amigo Oriol, un muchacho catalán que me confundió con un nativo californiano al principio pero al que no guardo gran rencor por ello.
Encontré a Oriol sentado en la puerta del albergue, esperando la apertura, así que me uní a su paciente espera. Es un tipo dicharachero que no esconde nada, así que su historia empezó pronto a fluir y ha terminado por alojarse en mí como un ejemplo. Creo que no le voy a ofender si digo que antes de la explosión era un tipo normal en el sentido más cordial de la palabra. Pero un día algo en su vida se concentró tanto que acabó por explotar, salpicando todo de una gelatina pegajosa que no le permitía continuar. Así que el bueno de Oriol decidió hacer lo que muchos no se atreven: dejar atrás la normalidad y la gelatina para recorrer el mundo con una maleta y sin ningún plan.
En ese punto estaban él y su maleta cuando coincidimos en el hostel de San Luis Obispo, escapando de aquel Big Bang con una sonrisa. A mi siempre me ha parecido admirable la gente que se queja menos y actúa más, la gente que no se queda quieta ante los problemas, sino que toma las riendas. Hay que hacer algo, siempre, nadie va a venir a retirar la gelatina por ti.
Coincidimos dos días en el albergue. Al tercer día alguien me dijo que se había marchado a Santa Bárbara, que no era el lugar al que había decidido ir la noche anterior. Yo le comentaba con ironía que me encantaba la manera tan cuadriculada y estricta en que tenía organizada la ruta porque era justo lo contrario de su planteamiento, y nos reíamos pensando que no sabía en que retrete iba a posar el culo al día siguiente. No me dio demasiada pena no verle más después de aquella mañana porque se que está construyendo algo que va a ser estupendo. Y sin nada de gelatina.
San Luis Obispo me fascinó. Una ciudad pequeña, limpia y acogedora. No paraba de encontrar cosas interesantes allí. No soy bueno describiendo lugares o haciendo reseñas turísticas, así que si alguien quiere información podéis enviarme un mensaje.
Sobre consejos para superar los malos tragos, mejor contactar con Oriol, es un maestro. Hace poco mantuvimos una conversación por whatssapp. Se encontraba en la otra punta del país, en Miami, dispuesto a bajar hasta Cuba cuando el cuerpo se lo pidiera. Conversamos acerca de las vacaciones de Navidad ya que ambos habíamos estado visitando a nuestras familias, del viaje, de todo un poco. Le conté las secuelas que el viaje por la costa oeste me había dejado: que echaba de menos levantarme cada día y tomar la bicicleta para ir a un sitio desconocido, aunque no creo que yo sea un tipo nómada, así que se generaba en mi un conflicto importante. Su respuesta fue muy clara: "yo creo que cuando tengas que hacer el gran viaje, lo sabrás".
Nota: hoy Oriol está en mi casa. Su camino lo ha traído hasta Inglaterra, no sabe si por un día o por un año. Solo sabe que hoy va a comer fish and chips.