Siempre he afirmado que la bicicleta que me soportó en esta aventura no me tenía enamorado. Sin embargo, debo reconocer que se comportó de manera soberbia, no solo durante el viaje sino en los tres años anteriores que estuvo a mi servicio. Pocos problemas y muchos kilómetros, lo que se espera de una bicicleta nueva. En América solo sufrí un par de pinchazos pero también un par de problemas mayores asociados a las ruedas. El neumático delantero tuvo que ser sustituido, pero fue la rueda trasera la que dio el mayor sobresalto.
Ocurrió en North Bend, un pueblo situado en Coos Bay, en la parte central de la costa de Oregón. Ese día rodé 50 millas, que son unos 80 kilómetros, desde Florence hasta Sunset Bay State Park, un parque situado ocho millas al sur de North Bend. El día fue magnífico, un clima colaborador que me regaló imágenes como un soleado Saunders Lake o los barcos pesqueros saliendo a faenar a través del río Umpqua, en Reedsport. Fue al final de la jornada cuando la rueda trasera empezó a chirriar, de manera más dramática a medida que me acercaba al camping. Una vez acampado, pude comprobar que no era un asunto que yo pudiera solucionar y que necesitaba ser solventado.
Decidí permanecer en el camping una noche más de lo planeado. Al día siguiente, deshice el camino hasta North Bend en busca de la única tienda de bicicletas que pude encontrar. Tuve mucha suerte porque el día posterior era domingo, y el lunes era Labour Day, día festivo para los comercios. El arreglo de la rueda no fue una broma: la pieza junto a la mano de obra me costaron 90 dólares, el precio de poder seguir pedaleando.
En mi primera noche en Sunset Bay conocí a un tipo muy llamativo. Se llamaba Jack, de Florida. Pretendía ser un cicloviajero pero ni era ciclista ni era viajero, más bien un dicharachero que acampaba donde podía hacerlo a poco precio. Estaba entusiasmado con mi llegada, me dijo que había conseguido leña para hacer fuego y que tenía comida para hacer una barbacoa, así que esa noche nos íbamos a dar la farra padre. Poco después llegó una pareja de Nueva Zelanda muy simpática, a la que Jack también encandiló con sus divertidos planes. Pero a la hora de la verdad ni fuego ni barbacoa: Jack se metió en la tienda cuando todavía iluminaba el sol y no le volví a ver nunca más.
En mi segundo día en aquel lugar, mientras mi bici estaba el el taller, paseé por North Bend. Un pueblo muy interesante para visitar. El puente de la entrada norte es un emblema de la ciudad, junto a los parques que lo flanquean a ambos lados del río. Consta de un pequeño aeropuerto y varios casinos, servicios que no son para gente que viaja en bicicleta. Sin embargo tiene varios restaurantes y bares pintorescos accesibles para los pobretones como yo.
Este mismo día llegaron al campamento una pareja de amigos de Oregón. Rondaban los sesenta y eran ciclistas de toda la vida. Estaban haciendo un viaje de unos días, recorriendo toda la costa de Oregón, así que les quedaba poco para terminar. Eran muy dicharacheros y sabían por donde se movían. Mientras cenábamos, les pregunté si habían visto a Jack. Me respondieron que si. "Le vimos poco después de llegar, nos dijo que por la noche íbamos a asar carne gracias a la leña que había conseguido, pero después se metió en la tienda y no ha vuelto a salir". Dos nuevas víctimas de las promesas incumplidas de Jack.