El camping Hypress, en Golden Gate Recreation Area, es un lugar muy cercano a la gran urbe de San Francisco pero muy alejado a la vez. Es uno de los lugares habilitados a la acampada en Marin Headlands, una región al norte del Golden Gate que incluye el Tennesse Valley. Además de esta información geográfica, el que deseé acampar allí debe conocer un par de detalles: el servicio es gratuito y se encuentra muy cerca del parking; el segundo es que hay baños pero sin agua corriente, así que no hay un grifo ni tampoco un río. Si lo hay, yo no lo vi, aunque creo que me llegó el sonido lejano de agua corriente. De lo que estoy seguro es de que tuve que regresar un par de millas hasta la tienda más cercana para comprar agua. También recuerdo claramente que los coyotes me dieron la noche.
Aquel día me quedé a las puertas de San Francisco. Podía haber llegado fácilmente, pero me imaginaba la entrada a la gran ciudad por la mañana, con un sol resplandeciente y triunfante como el vencedor de una maratón, así que decidí acampar en Hypress Camp. Fue una jornada sin grandes desniveles gracias al consejo que recibí en Bodega Dunes, entre conversaciones y bocaditos de nube con chocolate. Ben me recomendó abandonar la Highway-1 el Olema, tomar Sir Francis Drake Boulevard y atravesar las localidades de Fairfax y San Anselmo. De esta manera, evité ascender el monte Tamalpais, al que sinceramente temía como a un nublado.
A pesar de la ausencia de accidentes geográficos, la ruta no me dejó insatisfecho. En Fairfax conocí a un señor que fabricaba y vendía Shakuhachis, flautas japonesas de bambú hechas a mano. Este artesano vivía viajando, con su fábrica de música a cuestas, aunque en esos momentos se encontraba varado en Fairfax, esperando algo o alguien, o como él me dijo "viviendo localmente".
La tarde en Hypress Camp fué plácida. Hasta bien entrada la noche estuve solo en el campamento, aunque después llegaron unos muchachos que acamparon lejos de mí. Demasiado tarde y demasiado lejos para entablar conversación.
A la entrada del camping hay un letrero informativo. Cada campamento y parque tiene un protagonista sobre el que nos advierten. Osos, mapaches, mofetas, etc... Individuos con mucha hambre y poca vergüenza dispuestos a jugarse el pellejo por robarte las barritas de muesli. En Hypress Camp, la advertencia era seria: coyotes. Evidentemente, ni por un segundo me imaginé una manada de coyotes relamiéndose mientras giraban alrededor de mi tienda, más bien pensé en una advertencia vana como casi siempre. Es decir, una amenaza respetable pero poco probable. Pero al caer el sol empezó el concierto de aullidos perrunos, primero muy lejos, después un poco menos lejos, y finalmente tan cerca que salir a mear en medio de la noche resultó un ejercicio de valentía intangible. La perspectiva temporal me lleva a pensar que los coyotes no estaban interesados en absoluto en mí, un mentecato con una navaja ridícula y ningún conocimiento ni ganas de utilizarla. Probablemente se trataba de una discusión entre coyotes sobre asuntos serios de coyotes, o una charla entre coyotes desconocidos que negociaban para formar un buen equipo de caza.
Por supuesto, si los coyotes se pasearon por allí fueron lo suficientemente inteligentes para no alarmar a un idiota como yo. El día amaneció, desayuné, recogí el campamento y me encaminé a San Francisco. Crucé el Golden Gate como un héroe, pensaba que esa ciudad podía ser el final de mi viaje, pero estaba equivocado. Todavía me quedaban unas cuantas millas en bicicleta hacia el sur, un recorrido adicional que me proporcionó gratas experiencias y un título para este blog.