23 Mar
23Mar

Uno de los principales aprendizajes que he recibido durante mi viaje por la costa oeste de Estados Unidos en bicicleta es la rapidez con la que pueden mutar las cosas. Pasar de la lluvia más implacable a disfrutar del sol más insolente, de un bosque profundo y oscuro al océano esmeralda o de la cima del optimismo al pozo de la desmoralización más absoluta es cuestión de unas cuantas pedaladas y pocas millas de distancia. Tras pasar dos noches en Cannon Beach recuperando mi maltrecho talón de Aquiles, me encaminé hacia el Sur paralelo a la costa. Aquella mañana mi estado de ánimo era el Atleti después de una final de Champions pero a lo largo del día la energía fue cambiando. En el proceso de transformación conocí tres personas muy simpáticas: Anna y su hijita Sarah, que tienen su entrada en este blog, y James, un joven americano que me ayudó a cambiar de estrategia.

Cannon Beach fue el punto de inflexión en varios aspectos. Del interior a la costa, del dolor a la sanación, del sufrimiento al gozo. Escapar de Cannon Beach hacia el sur supone enfrentarse a dos subidas envenadas de belleza: consumen tu energía pero las vistas son inigualables. Después, el camino es más sencillo siguiendo la Highway 101. Me detuve en el Wanda's Cafe de Nehalem, la única cafetería de la zona que permitía a los usuarios ejercer su derecho a desayunar en lunes. Allí estaba James, con su cabello rubio hecho un lío y una expresión que no acababa de definirse. Se encontraba haciendo una ruta de tres días, pero sin rumbo fijo, una indefinición que también se trasladaba al plano personal. Charlamos un rato de nuestros planes y como ambos nos dirigíamos hacia el Sur la buena intención de volver a encontrarnos fue nuestra despedida. Complicada, pero presente.

James partió antes que yo, aún me quedaba café que apurar. El destino aquel día era Cape Lookout, uno de los tres cabos, junto a Cape Meares y Cape Kiwanda, que forman la Three Capes Scenic Route. Atravesé ciudades como Garibaldi y Tillamook, y al final de un plácido día de pedaleo encontré un discreto lugar para pecnotar dentro del parque estatal.

Mientras ordenaba mis pertenencias, James pasó como una flecha pero tuvo la habilidad de verme, así que se detuvo para saludar. Repasamos las hazañas de la jornada y le invité a compartir lugar de pernocta, pero entonces él me dio una información muy importante:

- "Hay un camping a un par de millas con ofertas especiales para senderistas y ciclistas. De hecho, todos los campings oficiales del estado de Oregón tienen este tipo de precios para personas que viajan sin vehículos a motor".

En ese momento no lo sabía, pero la importancia de esta información cambiaría mi viaje para siempre. 

Armé el mazacote en la bicicleta de nuevo y marchamos juntos hacia el camping de Cape Lookout. Resultó ser un lugar increíble, con el bravo oleaje del Pacífico rompiendo en la playa de fondo. Allí compartí cena y desayuno con James. Me contó poco sobre su vida y a la vez fue mucho lo que dijo. Con su edad (creo que eran veintitrés) las almas son una tortilla de sentimientos, el chaval estaba buscando decisiones que tomar y pedalear es una buena manera de hacerlo. Después del desayuno nos separamos: su plan era dirigirse a Cape Meares y el mío me orientaba en dirección opuesta. 

A partir de ese momento, decidí dormir en campings siempre que fuese posible. Se acabaron los días de esconderse para dormir y cagar detrás de los árboles. Un precio tan irrisorio merecía ser pagado a cambio de un lugar decente y la posibilidad de compartir tiempo con otras personas. Los campings son un hormiguero de cicloturistas y viajeros, así que gracias a James pude conocer a muchos otros en etapas posteriores.




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